Un inicio de día ajetreado en los centros para menores no acompañados
A las 8:30 de la mañana, en los 34 centros de menores no acompañados (menas) coordinados por Pedro García en Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria, comienza un día intenso. Pedro, psicólogo con 20 años de experiencia, lidera estos espacios gestionados por la Asociación Coliseo, que actualmente albergan a aproximadamente 1.000 jóvenes que llegan a las islas en patera o cayuco, con el objetivo de comenzar a trabajar cuanto antes. Se espera que esta cifra aumente en septiembre debido a la mejora en las condiciones marítimas.
La complejidad en la gestión y la integración de los menores
La dificultad de establecer la edad real
Uno de los retos principales en estos centros es la verificación de la edad de los chicos, ya que muchos falsifican sus documentos para acelerar su incorporación al mercado laboral. Según García, la presión para mentir viene principalmente de sus familias, quienes invierten grandes esfuerzos económicos para que los menores puedan llegar a España y empezar a enviarles dinero rápidamente.
Para estimar la edad se realizan pruebas óseas y se complementa con la experiencia de los educadores que estudian gestos y comportamientos para aproximarse a la edad real. Esta situación genera conflictos, ya que muchos jóvenes tienen la expectativa de empezar a trabajar inmediatamente, algo que en España no es posible hasta cumplir la edad mínima legal.
Las familias y la presión económica
Las familias, incluidos padres, tíos y parientes lejanos, desempeñan un papel crucial en la presión ejercida sobre los jóvenes. Tal como explica el coordinador, estas familias se «dejan fortunas» para que sus hijos puedan migrar, y esperan que cumplen su cometido enviando dinero pronto. Este choque cultural produce situaciones graves, llegando a veces a amenazas de autolesión por parte de los menores si se les impide cumplir con la misión encomendada.
Diferencias culturales y sociales entre menores subsaharianos y magrebíes
La Asociación Coliseo atiende principalmente a jóvenes subsaharianos, con un menor número de magrebíes. García señala diferencias claras en el comportamiento y origen de ambos grupos. Los magrebíes suelen ser más conflictivos, más individualistas y al venir de hogares en muchos casos desestructurados, poseen una idea difusa de familia. Por su parte, los subsaharianos mantienen lazos familiares fuertes y su principal objetivo es empezar a ganar dinero cuanto antes.
Además, existe cierta tendencia que los marroquíes fumen y se interesen por aspectos más superficiales como la ropa, mientras que los subsaharianos tienen un comportamiento más disciplinado. Por esta razón, para evitar conflictos, los magrebíes suelen estar distribuidos en diferentes centros y los pocos casos de chicas menores no acompañadas reciben atención especializada y separada para asegurar un mejor cuidado.
Sobrepoblación y falta de recursos en los centros de menores
El sistema actual está desbordado y no puede absorber el volumen creciente de llegadas desde 2018. Los centros deberían tener un límite máximo de 30 menores para un correcto seguimiento, sin embargo, actualmente albergan entre 40 y 60 jóvenes. En un caso excepcional, se tuvo que habilitar una nave industrial para acoger a 112 menores.
Las instalaciones han experimentado una evolución desde antiguas casas señoriales, luego bloques de apartamentos, hasta las naves industriales que se usan actualmente. Esta situación dificulta la integración y el bienestar de los jóvenes que, además de vivir en espacios abarrotados, experimentan una reducción en la calidad de la atención.
La escasez de personal especializado
Pedro García destaca la dificultad para encontrar profesionales cualificados dispuestos a trabajar en la atención directa a estos jóvenes, dados los retos y la presión del trabajo. Muchos optan por buscar plazas por oposición para conseguir condiciones laborales más estables y menos estresantes.
El personal intenta fomentar en los menores valores como el respeto mutuo, la autonomía en tareas diarias como hacer la cama o recoger las mesas, y también que realicen actividades deportivas para canalizar la energía. Se incluye la alfabetización para acceder a la educación formal y módulos de Formación Profesional adaptados que facilitan la adquisición de un oficio.
Antes de desarrollar estos programas, es fundamental conocer profundamente a cada menor para detectar posibles abusos sufridos o enfermedades. También hay casos en que algunos jóvenes revelan su orientación sexual, algo complicado en sus países de origen. A pesar de las dificultades y las noticias negativas sobre agresiones a educadores, la experiencia positiva y los avances en integración son altamente gratificantes.
Conclusión
La labor que desempeñan en Canarias los centros para menores no acompañados, coordinados por la Asociación Coliseo bajo la supervisión de expertos como Pedro García, es clave para la integración de cientos de jóvenes migrantes. La presión familiar para acelerar su madurez laboral, la sobrepoblación de los centros y la falta de personal cualificado son algunos de los principales obstáculos a superar.
Es imprescindible adaptar recursos, garantizar el bienestar de los menores y su formación para que puedan construir un futuro digno en España, más allá de las expectativas y presiones que traen consigo. Solo así podrán pasar de ser un número en la estadística a convertirse en jóvenes integrados dentro de la sociedad.
Imagen: www.abc.es




