San Vicente de Leira: entre cenizas y recuerdos
El devastador incendio del 16 de agosto dejó a San Vicente de Leira, un pueblo situado en Valdeorras, Orense, al borde del olvido. Los vecinos que aún permanecen en este lugar enfrentan la soledad, la devastación y la ausencia de respuestas tras ver cómo el fuego arrasó no solo sus montes, sino también una forma de vida que ya amenazaba con desaparecer debido al abandono y al paso del tiempo.
Un pasado de vida y tradición
María Encarnación Fernández González, una de las vecinas sobrevivientes, habla con calma y nostalgia. Nacida en San Vicente, recuerda cómo el pueblo fue en su día uno de los más grandes de Vilamartín de Valdeorras, con más de setecientas personas. La vida se dividía entre los núcleos de La Aldea y Los Chelos, y los trabajos principales giraban en torno a las canteras de pizarra y las viñas.
Antes, el aroma de la castaña llena el pueblo, que durante el otoño se impregnaba de un olor característico. Maruja, otra vecina, lamenta que ahora no queda ningún castaño, porque se quemaron todos. La pérdida de estos árboles es el símbolo de una vida tradicional y agrícola que ha sido extinguida violentamente.
El declive provocado por el aislamiento
Hace veinticinco años, la llegada de la empresa Canteras Villamartín (Cavima) marcó un antes y un después para San Vicente. Las voladuras y excavaciones provocaron daños en la carretera comarcal OU-0807, la única vía de acceso seguro al pueblo. A raíz de esto, la ladera se hizo inestable y la carretera cayó, dejando a San Vicente casi aislado.
La Diputación de Orense colocó una señal de “Peligro. Carretera cortada” y no se realizaron reparaciones definitivas. Años después, el Concello improvisó un paso de arena, la única salida segura hasta hace cuatro meses. Esta situación generó un éxodo constante; la escuela cerró a principios de los 2000 y actualmente apenas quedan dieciséis vecinos que luchan por mantener vivo el pueblo.
El incendio: golpe final a un pueblo en agonía
El 16 de agosto, el incendio Larouco-Seadur cruzó el río y azotó San Vicente con una violencia sin precedentes. Las condiciones meteorológicas extremas —calor insoportable y humedad inexistente— facilitaron que las llamas devoraran todo a su paso.
Los vecinos, con la impotencia de no recibir ayuda oficial, improvisaron para combatir las llamas. “Nos convertimos en bomberos sin saber”, relata un habitante: con tractores, cubas de agua y lo que tenían, intentaron salvar lo que pudieron, pero las llamas ya habían alcanzado el pueblo.
Pasaron la noche viendo arder la historia de sus hogares. Afortunadamente no hubo víctimas mortales, gracias al esfuerzo colectivo y a que los mismos habitantes se salvaron unos a otros, pero nadie acudió para ayudarlos.
La pérdida irrecuperable
Más allá de las viviendas, se perdió la memoria colectiva, las tradiciones y el paisaje. Los bosques de castaños, parte fundamental de su identidad y economía, quedaron reducidos a cenizas. El pueblo, que antes exhibía verdes laderas y valles fértiles, hoy es un horizonte negro que se extiende interminablemente.
Para Clemente González Vega, ver cómo se quemaron la casa de su nacimiento y la de sus familiares es un dolor profundo. Francisca Fernández Hernández comparte su desilusión: “El pueblo era muy bonito y ahora está todo negro”.
Esperanza y desafíos para la reconstrucción
La Xunta de Galicia ha asumido el coste del desescombro tras el incendio, con los trabajos gestionados a través del Concello de Vilamartín de Valdeorras. El alcalde Enrique Álvarez considera esta intervención como un paso necesario aunque insuficiente: los vecinos necesitarán ver acción real para recuperar la tranquilidad.
Los vecinos claman por una gestión firme para limpiar el monte, evitar la contaminación de acuíferos por las cenizas y prevenir desprendimientos debido a la inestabilidad del terreno calamitoso tras las lluvias. Sin una intervención profunda, San Vicente podría desaparecer definitivamente del mapa.
El abandono y la resistencia de un pueblo
Joaquín Ovira Fernández no tiene dudas: “El pueblo está arruinado. Nos abandonaron, ni bomberos, ni helicópteros, ni nadie vino a ayudar”. Constantino Fernández, que conoció el pueblo en su esplendor, reconoce que quería morir allí, pues ese lugar lo era todo para él, a pesar de la pobreza.
Conclusión
San Vicente de Leira es un reflejo del drama que viven muchos pueblos en zonas rurales afectadas por incendios y abandono. La tragedia del incendio de agosto ha profundizado una crisis que venía de años atrás, poniendo en riesgo la continuidad de esta comunidad y la conservación de su historia.
El futuro de San Vicente depende ahora de la voluntad política, la acción comunitaria y el compromiso para recuperar su entorno natural y social. Mientras tanto, sus pocos habitantes permanecen como testigos y guardianes de un legado que lucha por sobrevivir entre cenizas y silencio.
Imágenes y testimonios
En la galería fotográfica [El rastro del fuego que arrasó San Vicente de Leira](https://www.abc.es/sociedad/rastro-fuego-arraso-san-vicente-leira-imagenes-20251016205444-ga.html), pueden observarse imágenes impactantes que muestran la destrucción y la resistencia de sus vecinos.
Para entender la realidad del desastre y acciones de emergencia, es importante visitar también el portal oficial de la [Xunta de Galicia](https://www.xunta.gal) y las recomendaciones de prevención de incendios en España en la [Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico](https://www.miteco.gob.es/es/).
Imagen: www.abc.es